domingo, 18 de octubre de 2009

A las 2:07

Nunca había sido dueño de su sueño, de hecho, siempre odió dormir, pero le sobrevino una intensa preocupación la séptima noche que sus ojos se abrieron a las 2:07 de la madrugada. Obseso por el tiempo, lo primero que podía ver al abrir los ojos, era la hora que mostraba el reloj que tenía colgado del techo y desde hacía siete noches, veía la misma hora, hora que comprobaba siempre con la docena de relojes de bolsillo que en su mesita conservaba, temiendo que el anticuado reloj se hubiera cansado de funcionar.
Aquella noche no lo comprobó, no se movió ni un centímetro y con los ojos recorrió la estancia. Su habitación, iluminada con la pálida luz de la luna que se escurría por el alargado ventanal apenas dejaba intuir los dos inmensos cuadros en las paredes y la chimenea apagada. Decidió moverse, decidió levantarse y salió de la inmensa cama. Desde sus pies partió un intenso escalofrío, al contacto de los mismos con el suelo, que le hizo estremecerse. Se puso las zapatillas y su bata, cogió la pipa y se asomó por la ventana. Nada, no había nada ni nadie y la intensa niebla sólo permitía un pequeño tramo de la calle donde vivía y de la calle perpendicular, que se encontraba justo con su casa. En una de las esquinas había un bar, cerrado ya a aquellas horas, y en la opuesta, la barbería donde solía afeitarse.
Presionó el tabaco, y mientras encendía una cerilla oyó algo. Pasos en la calle. Por la derecha de la ventana, de entre la niebla, apareció una pálida muchacha, descalza y medio desnuda corriendo. Iba envuelta en una especie de túnica y podía ver uno de sus pechos al descubierto botar al ritmo de su carrera. Su rizado cabello dorado fue lo último en desaparece con ella en la niebla de nuevo, por la parte izquierda de la ventana.
Todavía con ojos de perplejidad y aspirando fuertemente de su pipa, apareció un perro, en sentido totalmente opuesto al que llevaba la dama, perseguido por un niño, descalzo también, pero moreno, o sucio, y con una tremenda sonrisa en la boca.
Cuando ya hubieron desaparecido, y en lugar de risas y ladridos sólo escuchaba el crepitar del tabaco, pudo ver una sombra tambaleándose entre la niebla, por la calle perpendicular. Un señor con capa y sombrero de copa.
Continuará...