"Llegado a este punto, había que detenerse, sin duda. En un solo día, de esos en los que apetece pasear infinitamente, se le habían venido encima demasiadas cosas.
Por un lado, había descubierto algo que no le gustaba, pero que no le gustara, no le quitaba evidencia y que por facilitar la comprensión le llamaremos "El caso del pepino bailarín".
Por otro lado su progresista cabeza, que por desgracia cada vez lo era menos, no podía con lo odiosamente conservador que era su corazón, y los sustos que le daba por las noches cuando le despertaba con un grito desesperado y todo porque el muy idiota seguía siempre en sus trece.
El mayor susto se lo dió, sin embargo, una mañana, cuando la sonrisa se le calló a pedazos después de una llamada.
La cabeza tampoco le estaba dando muchas alergías últimamente, retándole constantemente a ser el que no era y haciendo estúpidos planes emocionales que dieron al traste con el descubrimiento del caso del pepino bailarín y que, como el corazón quería estar en todo, también se había arrugado con el descubrimiento y la cabeza decidió pasar a un plan B, no dormir a partir de aquella noche.
Por suerte, su boca, que era una gran actriz, había podido entablar amistad con una gran figura de chocolate que intentaba recordarle una parte inocente de la vida, bueno y quien dice por suerte, dice por desgracia, porque un chocolate relleno de avellanas, de inocente no tiene nada y lo que estaba haciendo, era embarcar en un peligroso juego al resto del cuerpo. Todas las partes se dieron cuenta de ello, pero en un tratado firmado por consenso de cabeza, corazón y boca, se decidió jugar al juego, a ver que pasaba.
Su mano, que siempre se había mantenida alejados de los demás, veía lo que pesaba y erizaba sus pelos y trataba de escribir todo lo que podía en un intento de auxiliar a lo que podía venir."
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