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jueves, 18 de junio de 2009

Cocos en Artuba



Os voy a contar cómo conocí a aquel hombre que vivía de cocos.
Cuando llegué a la Isla de Artuba, donde el verano es permanente, en el momento que puse el pie en tierra, se acercó él, con medio coco en cada mano y me dijo:
-¿Te hace un coco, Jano?
-No me llamo Jano-le dije.
-¡Yo tampoco!
Me dio el medio coco y empezó a reírse, y yo empecé a pensar que no debía estar muy bien de la cabeza y que, en una isla tan grande, vaya mi suerte, la de encontrarme con el loco de la isla.
-¿Te gusta el verano, Jano?
-¡Que no me llamo Jano!
-¡Y yo tampoco!, pero dime, ¿te gusta el verano Jano?
A lo que yo, que había ido a la isla a vender mi colección de miniaturas de monumentos hechos con palillos pegados con cariño a un señor que le había interesado, y pensaba pasar un tiempo allí por tener algo de descanso, las maquetas de palillos son más cansadas de lo que creéis, no porque el verano me gustara.
-La verdad es que no, no mucho.
-Pues mira Jano, haz todo lo que hayas venido a hacer a la isla, y después búscame en el cocotero más alto de la isla, que te estaré esperando.
Y salió corriendo con sus pies descalzos.
Una vez había cobrado aquella inmensa suma de dinero por mi grandioso trabajo, y habiéndome acomodado en la cabaña que tenía por hotel, fui a buscar a aquel hombre.
Caminé hacia la playa, que por lo que pude ver, era la zona donde los cocoteros eran más altos, y al cruzarme con un señor inmenso, le quise preguntar.
-Perdona, busco a un tipo que llama a todo el mundo Jano.
Me dió una sonora bofetada y dijo:
-¡Ni se te ocurra volver a llamarme Jano!
Yo, que tenía la cabeza más pequeña que su mano y acababa de perder con la bofetada las dos muelas del juicio que me quedaban, le pregunté:
-¿Y qué coño es un Jano?
Me dio otro bofetón y dijo:
-¡Una mierda como la palma de mi mano!- y siguió su camino.
Dándome cuenta del tamaño de la mierda que suponía un Jano, y desesperándome por estar en aquella isla de locos, aunque con un gran gusto por el arte de los palillos, seguí buscando a aquel estúpido tipo.
Fue fácil encontrar el cocotero más alto, me acerqué a él y no vi a nadie, sin embargo oí desde arriba:
-¡Jano! ¡Aquí!
Y cuando miré, me dio un coco en toda la cabeza y caí desmayado.
Desperté de pie, con el mar por la cintura, desnudo y con una orilla llena de chicas a mis espaldas, me giré con cuidado de no descubrirme y en la orilla también estaba aquel inútil.
-¿Qué coño has hecho?- le dije.
-¡Vas a aprender a disfrutar del verano! Estoy seguro de que no saldrás de ahí hasta la noche, y podrás disfrutar del aire, del mar, de sus peces de colores, del hermoso atardecer y de estas hermosas chicas que estarán bien atentas por si se te ocurre salir.
Y fue por aquel tipo, que aprendí a pensármelo antes de decir que no a algo y a querer, a la fuerza, al verano.