"Sufro el desgarro más hiriente cada noche, yo, que imagino, imágenes nítidas, realidades perfectas, a medida, donde disfruto de besos y caricias, de éxito, de aire bajo mis pies o incluso de un mar rojo, lo sufro cuando abro los ojos sin parar por el calor, los insectos y mi cuarto, mi cuarto cada vez más vacío, como todo, porque el vacío tiende a llenar. Me muevo pero no pienso, una luz roja y el silencio que pese a ser un buen compañero de cama, a veces me insulta y me hace gritar. El gesto se repite y vuelta a empezar, una y otra vez, hasta que me dejo llevar a un lugar donde nada importa.
Y en aquel lugar estuve, hasta que entró aquel gato, aquel gato negro que con con sus ojos amarillentos y brillantes miraba desde el escritorio. Había entrado por la ventana, y se había ido a recostar sobre mis partituras, en las que había trabajado toda la tarde, hasta el atardecer, aquel atardecer que había perdido. El gato auguraba que aquella noche la perdería también." - M.O.
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